lunes, 19 de diciembre de 2011

¿ES LA FRIGIDEZ UNA MANIFESTACIÓN DEL GOCE FEMENINO?




Carolina Rovere

Cuando pronunciamos el término “frigidez” todos sabemos que nos estamos refiriendo a un problema que concierne a las mujeres, o mejor dicho, a algunas mujeres. Así como cuando hablamos de impotencia inmediatamente pensamos en los hombres.
Mi interés por la problemática del goce femenino, concepto tan importante para la clínica del Psicoanálisis, hace que me interrogue sobre algunas manifestaciones sintomáticas que son muy viejas en el tiempo, pero que aún hoy persisten. A las mujeres les cuesta mucho confesar la frigidez, sobre todo porque la mujer puede disimular bastante bien, algunas mejor que otras, su goce. El hombre no puede engañar en este punto, si un hombre está gozando es obvio. De todos modos la impotencia masculina no necesariamente habla de que a ese hombre no le interese esa mujer, a veces es todo lo contrario, le importa y mucho, y frente a tanto deseo se produce una inhibición. Pero este no es el tema que me convoca hoy.
Continuemos con la frigidez.
Me interesa realizar un aporte que no es de ninguna manera sexológico, sino pensar este fenómeno desde la clínica del Psicoanálisis y lo femenino.
En el libro Caras del goce femenino[1] propongo que el encuentro con el goce femenino se da en la mujer desde pequeña, siendo niña. La niña en primera instancia, ubica su goce fálico, o del clítoris que es un terreno masculino. Este momento es fundamental y fundacional en las mujeres quienes necesitan pasar por esta etapa masculina para luego posicionarse desde un lugar femenino, pero  el encuentro con el goce femenino no se hace esperar en la niña, que goza de su cuerpo, del movimiento y de lo ilimitado en experiencias que  a veces suelen  tener características de extravío y  desorientación, traduciéndose así en una complicación.

El goce femenino es en el cuerpo, nos dice Lacan[2], es decir es ilimitado, no se restringe al órgano fálico, sino a todos los lugares del cuerpo en donde la mujer puede hacer consistir una satisfacción. Y no me refiero solo a la satisfacción sexual llana sino también a ese cuerpo que sufre por síntomas conversivos que no tienen un fundamento orgánico sino más bien psíquico. Freud nos ejemplifica claramente esta particularidad cuando nos habla de las Histéricas.
Lacan define al goce femenino como “ilimitado”, todo lo que tenga que ver con lo ilimitado entonces se podría nombrar como femenino.  Pero no es tan fácil, por no decir difícil para el sujeto confrontarse con algo que no tiene límite: asusta. El sujeto debe defenderse e intentará cercar, acotar el goce. Es más sencillo el goce restringido, limitado, circunscripto que tiene que ver con el goce fálico o masculino.
Por este motivo, separo dos momentos en relación con el goce femenino. Cuando la mujer “no sabe hacer aún”, y “el saber hacer”. Nadie nace sabiendo, y cada uno se las arregla como puede.
Cuando Lacan dice que la pregunta (inconciente) de toda histeria es ¿Cómo goza una mujer?[3] justamente se refiere a que no hay simbolización del sexo de la mujer, el sexo de la mujer es un vacío y que además, según nos transmiten los sexólogos y médicos, no tiene inervación nerviosa por lo tanto no hay sensibilidad como en cualquier otro lugar de la piel.
Este lugar del vacío del agujero que conforma la anatomía femenina, convoca a cada mujer a un aprendizaje en su propio goce.
¿Por qué me pregunto si la frigidez es una manifestación del goce femenino? Porque pienso que frente a lo ilimitado y no sabiendo qué hacer con eso, algunas mujeres pueden responder rechazando el goce, rechazo total frente a lo que no tiene medida. La frigidez entonces podría leerse como la barrera frente al goce femenino efecto del no saber qué hacer con eso.  Barrera o muro de contención porque la mujer sabe muy bien que lo ilimitado implica el desborde, la devastación y el extravío. La frigidez sería un modo de protegerse frente a lo que se presenta como peligroso, respuesta que algunas mujeres de hoy  y de ayer encuentran como única salida posible.
¿No es llamativo que hoy sigamos escuchando estos fenómenos cuando hay tanta libertad sexual? ¿Por qué persiste cuando pareciera que no existen más inhibiciones y frenos sociales?
El psicoanálisis nos puede aportar un modo de leer estos fenómenos. Si una mujer desea introducirse en  la experiencia de un análisis, indefectiblemente se encontrará con su modo singular de haber respondido y responder por el encuentro con el goce femenino. Y si esa modalidad ha sido la del rechazo, entonces un análisis puede ser una salida interesante para poder asumirse en este goce de una manera que no la mortifique, y así hacer con el goce femenino un encuentro vital que haga digna su existencia en tanto mujer.


Foto: Leandro Bauduco


[1] Carolina Rovere, Caras del goce femenino, Buenos Aires, Letra Viva, 2011; Pág.58.
[2] Jacques Lacan,  Seminario 20 Aún  (1972-73), Buenos Aires, Paidós, 1995
[3] Jacques Lacan, “La pregunta histérica I” en Seminario 3 Las psicosis (1955-56), Buenos Aires, Paidós, 1995; pág. 244-245.

sábado, 26 de noviembre de 2011

LA TÍPICA MANERA DE PENSAR EL AMOR

Carolina Rovere


Todo el mundo habla de amor. Todos tenemos la necesidad de amar y ser amados.  Podemos decir que el amor es un sentimiento universal, es decir para Todos. En esta línea  quiero trabajar.
 Los que  practicamos el psicoanálisis según Lacan sabemos qué implicancias tiene  esta formulación: para Todos.  El Todo es un lugar necesario en la constitución  de la subjetividad que consiste en la creencia firme y convincente que existe algún Otro que hace de garantía y límite a nuestra existencia. El Todo adquiere muchas vestiduras: Dios, el destino, el padre, como las manifestaciones más relevantes entre otras.

Sucede que los sujetos necesitamos creer  en algún Otro, si esto no es así quedaríamos en el campo del Autismo. El amor como una experiencia originaria en el lazo al Otro es imprescindible para vivir.   Jacques Alain Miller en una entrevista,  nos dice “para amar es necesario confesar la propia falta y reconocer que se tiene necesidad del otro” [1]   por eso el enamoramiento, en un sentido, esclaviza a los sujetos. También nos recuerda Miller que quien ama se feminiza en el sentido de encarnar la falta. Pero el problema radica justamente allí. En creer que ese otro al que amamos va a completarnos, ese otro es  justo “lo que nos hace falta”. Aunque  podemos pensar  “lo que nos hace falta”  de dos maneras. La común, es la ilusión de creer que si tenemos a quien amamos entonces ya no nos falta nada. La otra, más interesante y menos tortuosa, es darnos cuenta que “me hace falta” quiere decir que hace, provoca en mí el deseo o la falta, que para Lacan son equivalentes. Y si provoca la falta o el deseo activa la búsqueda y eso es la vida. La vida es una sucesión de búsquedas, encuentros y también desencuentros.
Lo ilusorio del amor es la completud. Sucede que desde esta perspectiva, lugar en donde existe  un Otro consistente, el sujeto sostiene que sí existe la completud y se ocupará y ensañará hasta intentar alcanzarla, porque además cree que hay otros que tienen todo, a quienes  nada les falta. Esta es la típica manera de entender el amor que, por otra parte,  es el punto de partida de todo amor, empezando por la madre.  Pero la intención de este escrito no es desdeñar esta modalidad del amor, sino más bien  la propuesta de  dar un paso  que nos haga posible arribar a otro lugar.
Un análisis nos permite asumir o subjetivar lo  imposible[2], es decir: no hay nadie que tenga todo ni que esté completo. Por eso un análisis nos facilita encontrar otro terreno para  el amor. El amor como un encuentro contingente. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que ya no podemos sostener que fuimos hechos el uno para el otro, aunque los amantes se lo digan en la escena amorosa, quiere decir que la fórmula: “era el destino que nos encontremos”, no alcanza, no nos sirve para pensar el amor.
 Si seguimos los desarrollos de  Alain Badiou, el amor es un Acontecimiento[3], algo que instaura una novedad absoluta, un antes y un después en nuestras vidas. Como  todo acontecimiento,   es una  novedad y por lo tanto  obliga al sujeto a  inventar una nueva manera de ser y de actuar. Su modo de conceptualizar el acontecimiento sostiene que   no hay nada previo a ese Acontecimiento[4] que sea del mismo orden, por eso lo saca de la lógica de la repetición y  del sufrimiento. Este es el Nuevo amor o el amor como invención.
No es para nada fácil esta perspectiva del amor. Nos es mucho más familiar y tranquilizadora la típica. Pero entender el amor como novedad e invención es  situarlo en su estatuto de contingente. La contingencia es un abierto. Es un encuentro azaroso  nunca previsible, menos aún calculable.
La contingencia implica salirse de la lógica: “es ése o ninguno” para arribar a la lógica “sea cual sea importa” a lo que agrego y ¡cómo! El destino es: tiene que ser ese o nadie (necesario), la contingencia es abrirse a una nueva manera de concebir las cosas. Sabiendo que no existe alguien que designe de antemano quien es o va a ser nuestro mejor amor, el amor que conviene al deseo, el amor que “hace falta”.
Algunos podrían pensar que la contingencia es cualquiera, cualquier cosa, cualquier amor.  No, de ninguna manera. La contingencia es el encuentro, un hallazgo,  el número que cae y cuando cae hay que poder  verlo y admitirlo.  Es un amor que nos convoca. Si se lo puede admitir, entonces se es fiel al acontecimiento como decía Badiou.  No podemos saber qué número va a salir, hay ilimitadas posibilidades pero una vez que se escribe un encuentro y se le da lugar a esa escritura se sabe bien que es ese y no otro.  
Reconocer  esta lógica de la vida amorosa  a veces  requiere de cierta audacia e incomodidad.  No se trata de resignar el “romanticismo” o los condimentos que enriquecen y  adornan los encuentros amorosos. La diferencia es que se puede consentir al romanticismo sin orientarse por él.
 Así como el amor típico concierne al  “para todos”, al universal, este nuevo amor es el que se manifiesta como efecto de un lugar No-todo, no limitado por la neurosis ni el propio fantasma.  Es en este lugar donde  mora el goce femenino y  el sello más rotundo  que distingue al amor en su estatuto de  contingencia es que en verdad es un amor elegido.




[1] Jacques Alain Miller, entrevista “Sobre o Amor”, publicada por  Natalia Ramos el viernes 18 de noviembre de 2011.
[2] Carolina Rovere, Caras del goce femenino, Buenos Aires, Letra Viva, Octubre de 2011; Pág.41.
[3] Alain Badiou, “ La ética de las verdades”, en Revista Acontecimiento, Año 3, Nº 8, Director y Editor responsable Raúl Cerdeiras, Bs. As., Octubre de 1994

[4] Lo único previo es el lugar de Acontecimiento, es decir el lugar en donde un acontecimiento sucede.

sábado, 5 de noviembre de 2011

¿QUÉ ES EL GOCE FEMENINO?

Carolina Rovere


Para empezar a contestar esta ardua y compleja pregunta se me ocurrió hacer una clasificación simple entre que  NO es el goce femenino y que  SÍ concierne al mismo.
Entonces empecemos por el no. El goce femenino NO  es


     Cómo gozan las mujeres
     La sexualidad femenina
     Posible de decir en su  totalidad (escapa a lo simbólico)

El goce femenino no es sólo  como gozan las mujeres, ya que concierne también a los hombres y a toda la problemática del fin de análisis. Se trata de habitar la propia existencia en el sin límite efecto de la caída del tope rígido que imponía el Otro de cada uno.
 No es la sexualidad femenina, la excede en  mucho. La sexualidad femenina puede ser descripta desde lo sexológico.
 No es posible de decir en tanto escapa a lo simbolizable, por eso se lo intenta cercar,  bordear planteando  algunas caracterizaciones.

Ahora vamos por el sí. El goce femenino SI


     Concierne a los hombres además de las mujeres
     Es una modalidad de gozar que tiene una característica: lo ilimitado.
Concierne a los hombres pero es más palpable en la clínica femenina en tanto el hombre tiene un armazón fálico que lo contiene con el cual se sostiene y le da una consistencia. La diferencia sexual anatómica de la que hablaba Freud en su escrito, tiene consecuencias psíquicas. No es lo mismo haber nacido biológicamente hombre que mujer, cada sujeto se las tendrá que arreglar con su sexo biológico, podrá asumirlo y reconocerse, renegar de él o mantenerse en el rechazo más absoluto de su sexualidad anatómica.

Freud nos enseña que  la mujer debe pasar por la fase fálica que es un momento masculino, para luego  dar un paso más allá en el encuentro  con lo específicamente femenino, un agujero, que no es simbolizable como el falo.

¿Qué es el goce femenino?
El goce femenino tiene una característica principal: es ilimitado. Además el goce en Lacan incluye la dimensión de sufrimiento por eso cuando una mujer sufre de una manera ilimitada hace consistir a este goce. La devastación, el extravío y la desorientación son características muy femeninas que demuestran la existencia del goce femenino. Pero esta es la cara más tortuosa del goce femenino.  En el  libro titulado Caras del goce femenino  planteo las distintas caras y manifestaciones clínicas de este goce.  Distinguiendo los momentos en que una mujer no sabe hacer con él y el saber hacer que lo pongo  como uno de los capitales más valiosos que deja  un análisis.
Cuando la mujer se encuentra con el goce femenino, y esto ocurre ya en la niñez, no sabe bien qué hacer porque es muy difícil la maniobra de lo ilimitado. Entonces puede suceder que se restrinja demasiado y se atrinchere en el goce fálico que la acota pero a consecuencia de rigidizarse, acartonarse. O también que se deje llevar sin más por lo ilimitado, que sin tope, la conduce a situaciones “mortí-fieras”.
Un análisis puede aportarle un saber hacer uso a la mujer de  los goces con que ella cuenta. El saber hacer entonces consiste en  enlazar los dos goces: el femenino y el fálico. Esta  imbricación es un trabajo a la que la mujer se ve convocada si quiere disfrutar de su existencia, dándole así el estatuto de su propia belleza femenina.
 ¿Para qué sirve un análisis? para aprender a bailar una danza entre el goce femenino y el goce fálico o entre lo ilimitado y el límite.
Claro que en nuestras vidas existen distintos escenarios y a veces el baile fluye con más soltura que en otras, eso también es la vida. Cuando una mujer ha aprendido a bailar puede lucir su danza y esa es la estética del goce femenino al fin de un análisis.






lunes, 15 de agosto de 2011

MANIFESTACIONES CLÍNICAS DEL GOCE FEMENINO.

Carolina Rovere

El encuentro con  goce  el femenino se da desde el vamos en la mujer, es decir desde niña.  A mi entender,  de la mano del goce fálico,  quiero decir que el goce fálico es el fundamento del goce.  La niña lo descubre pero además se encuentra con este Otro goce del cual nada puede aún decir, porque es imposible decir, pero tiene presencia y deberá arreglárselas con eso. Se inaugura entonces los periplos por los que debe atravesar una mujer en los avatares de su feminidad.
El goce femenino tiene diferentes caras, sería importante poder precisar algunas de las distintas manifestaciones  de ese goce en  una mujer y marcar claramente la diferencia con el hombre que se orienta especialmente por su falo,  que le da consistencia, prestancia y armazón a su subjetividad.

Recordemos la diferencia  básica que existe entre el goce fálico y el femenino. El goce fálico es regulado, medido y acotado: empieza y termina, y Lacan dice que es fuera de cuerpo porque justamente evoca la castración, es decir el objeto separable; el goce femenino es goce del cuerpo, “en corps”, homofonía con  Encore  el título del Seminario en donde Lacan  habla de los matemas y los goces. Este goce femenino, por lo tanto no participa de la lógica del objeto  como el goce fálico y además tiene la particularidad de ser ilimitado. ¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de ilimitado? ¿Qué aspectos y vestiduras puede adquirir?
Primero me gustaría   recordar una distinción, cuando hablo de goce ilimitado es necesario diferenciarlo de  la dimensión que adquiere lo ilimitado en  la psicosis. Estamos aquí hablando de  una mujer que se encuadre dentro de lo que Lacan escribió como los Matemas de la sexuación, escritura que nos permite situar a la neurosis, ya que el punto de partida es el “todo fálico”.  En la psicosis no hay goce fálico, por lo tanto el psicótico no participa de esa escritura. Si bien Lacan dice que las mujeres “son un poco locas” por encarnar el sin límite en su propio cuerpo, es importante diferenciarlo con esta clínica.  La mujer necesita del goce fálico, es más desde Freud vemos que la fase fálica en la niña es constitutiva. La mujer debe pasar por lo fálico. En “Algunas consecuencias psíquicas” nos dice que la desmentida (del falo) en la mujer la dejaría más abierta a la psicosis. Si una mujer no se afirma en el falo, no puede entonces habitar el mundo de la neurosis.
Entonces el goce fálico en la mujer es necesario, pero además la mujer puede gozar de Otra manera que con el falo, con un goce suplementario al falo. ¿Qué caras puede adquirir este goce Otro al falo?
No  tienen el mismo estatuto el goce místico, que el arrebato o  el estrago en relación a un hombre, y  que el goce del fin de análisis.

Me interesaría hacer una distinción principal: aquellas modalidades  del goce en donde aún la mujer no sabe hacer con él, situación que se da desde la infancia, es decir en la pequeña mujer, y el saber hacer con el goce femenino que lo escuchamos en los testimonios de fin de análisis. El primero puede adquirir la cara del estrago, del arrebato y del misticismo, y en muchos casos se manifiestan con intenso sufrimiento. El segundo se escucha como una experiencia  vivificante en la mujer.

Distingamos uno por uno. Colette Soler ha aportado lúcidas especulaciones al respecto.
“El término estrago designa …los efectos…que el goce Otro introduce en el sujeto , y que se desdoblan y se dividen entre la abolición subjetiva y la correlativa absolutización del Otro”[1] “La aspiración mística es abolirse en el Otro. Abolirse como sujeto en cualquier proyecto de criatura”[2]
 El dar todo por el Otro, implica una abolición de la propia subjetividad, entonces este todo por el Otro es No-todo porque no está regulado.  ¿Qué hace el místico en la contemplación? ¿Por qué no es goce fálico? El místico siente en su cuerpo, es la experiencia de un goce  en el propio cuerpo en la entrega ilimitada al Otro y encarnado en ese Otro. No se podría hablar aquí de la falta, porque al místico es como si nada le faltara, lo tiene a dios, en tanto la presencia de dios es captada en su propio cuerpo.

El arrebato y el estrago, pueden presentarse por la absolutización del Otro: un partener.  En determinados momentos a una mujer se le puede presentar la certeza de que es ese hombre o nada. Es decir el otro adquiere un poder de Otro absoluto. Cuando la mujer queda raptada por el Otro se desorienta pero también se desorienta o desregula cuando ese Otro, como estructuralmente ocurre,  se corre de ese lugar, porque es un lugar imposible. Es  más, cuanto más una mujer absolutice al Otro, más el hombre sentirá que debe correrse en tanto lo confronta a él con su castración con su pérdida, y por supuesto con un peligro inminente. Ese momento de corrimiento del otro de ese lugar Otro puede desencadenar el estrago. La mujer dispuesta a todo, sin medida, el falo se oculta y ella queda a merced del sin límite de ese Goce. No es nada rara esta situación y en la clínica nos encontramos con mujeres muy sensatas, discretas y medidas que narran, muy a su pesar,  alguna  situación vivida en donde se han desbordado por un hombre. Lo que las ha desbordado no es tanto el hombre en sí, el hombre en fin responde como puede, las enloquece el lugar en donde lo han puesto, lugar que a ellas las aniquila.

 El  encuentro con el goce femenino en el fin de análisis  es algo Diferente, adquiere una manifestación vivificante en la mujer, es que ahora la mujer puede hacer con eso y el hacer con eso le da entusiasmo.  Es,  metafóricamente, el momento en que la mujer ha aprendido a abrirse de piernas  como en la danza. Esta abertura de piernas que se orienta hacia el goce fálico y el Otro,  debe ser armoniosa para  que sea estética. Esto quiere decir que debe haber fluidez en el movimiento. No es algo rígido. Tampoco se logra de una vez y  para siempre. No podemos decir que cuando una bailarina aprende a abrirse de piernas “ya está”,  sólo podemos decir “ya sabe” ahora se trata de hacer uso de ese movimiento en el escenario y eso es lo que le dará gracia y belleza.  Entonces  es una estética que se fundamenta en la articulación de los goces.  Cada nueva situación, cada nuevo encuentro  la convoca a esta práctica.   El goce fálico  no se abole, justamente es la posibilidad de regular a la que puede apelar la mujer cuando se extralimita. Este plus que aporta el saber hacer  con el Otro goce hace que la mujer   convierta lo que en algunos momentos pudo haber sido un obstáculo en la alhaja más preciada que posee.



[1]Colette Soler, Lo que Lacan dijo de las mujeres, Buenos Aires, Paidós, 2007;  Pág. 270.
[2] Ibídem; Pág. 268.

lunes, 4 de julio de 2011

CUANDO UN HOMBRE AMA A UNA MUJER

                                            Carolina Rovere

El título de este escrito es un poco engañoso porque mi intención no es pensar en el amor sólo en su aspecto narcisista sino más bien  orientarnos hacia algo más amplio: la relación entre un hombre y una mujer. Así entender o poder precisar cuándo un hombre puede dar o no,  a una mujer un lugar interesante.

Freud cuando escribe los textos  sobre el complejo de Edipo y anteriormente el grupo de textos reunidos como “contribuciones a la psicología del amor”, insiste en la actitud de menosprecio por parte del hombre hacia la mujer en tanto castrada. En  Los divinos detalles, Miller plantea  que “los reproches masculinos ocupan un lugar importante en la queja femenina hacia el hombre” [1]  Uno de los motivos por los que el hombre tiende a castigar a la mujer o a despreciarla sería entonces cuando  ubica allí su castración, su insuficiencia. Un  hombre  que recrimina o reprocha a una mujer  puede bien estar orientado  en el sentido de su déficit,  gozando  en esa posición de hacerle saber todo el tiempo  de su no tener. De esta manera puede rivalizar con ella como con un hombre más, o también intentar castigarla desde un lugar de poderío fálico, lugar paterno. Pero no es sólo eso. Hay que ir más lejos.
 Basados en esta lógica, los movimientos feministas han tenido un auge notable, ya en la época de Freud,  en el intento de hacer saber, de demostrar a los hombres la supuesta igualdad entre los sexos, y que no existe tal supremacía de lo masculino sobre lo femenino. Pero  este lugar ha llevado a las mujeres a un callejón sin salida en tanto quienes reivindican una equidad no han podido valorizar lo específico  que hace de la mujer Otra: lo no comparable al hombre. Lacan nos ha auxiliado en la comprensión de lo femenino  dando un paso más allá de Freud.

La brillante película sueca  “Los hombres que no amaban a las mujeres” primera de una trilogía agrupada como  “Milenium”, muestra de una manera lograda  la posición de ciertos hombres que engendran el rechazo más radical a las mujeres al punto del aniquilamiento. Esto se verifica de diferentes maneras en distintas mujeres: situaciones de violaciones incestuosas, abuso sádico hasta la degradación  total de la mujer, y  el exterminio de lo “femenino”, torturando hasta la muerte  a una serie de mujeres judías,  como el paradigma de  hacer desaparecer a lo Diferente: Héteros, por parte de un hombre vinculado al nazismo.
  ¿Qué nos muestra la película, y que además nos lo dice en el título tan claro?  Estos hombres rechazan de la manera más cruel y  violenta lo femenino por ser la alteridad radical. Claro que estamos sirviéndonos de lo que nos dice el cine en el colmo del paroxismo  para plantear que el Otro sexo,  como la diferencia absoluta,  se torna para algunos hombres imposible de soportar. Es el sentido que podemos rastrear en el  texto  de Freud “El tabú de la virginidad”, cuando nos dice que “la mujer  es ajena y por ser ajena se presenta como hostil”[2] para el hombre, porque le resulta ajena es hostil,  de allí el tabú por lo femenino.

Pero no Todo hombre se posiciona desde este lugar, o por lo menos no así todo el tiempo. También existen hombres que pueden amar a las mujeres y muy bien, la misma película ubica al periodista en posición de amar a  la mujer protagonista  llamada Lisbeth, como así también el hombre mayor que nunca dejó de pensar e investigar acerca de la desaparición de su querida sobrina a los 16 años, habiendo pasado  ya 40 años de tal acontecimiento.
Miller plantea que “hay estado amoroso de un hombre hacia una mujer cuando deja de reprocharle ser una mujer. El sujeto ya no puede juzgar al objeto, sólo puede exaltarlo”[3], Freud nos recuerda que el enamoramiento es artífice de este movimiento que silencia la castración de  la mujer en beneficio de idealizarla,  pero me interesaría tomar otro sesgo que  nos permita  entender el por qué un hombre puede amar a una mujer o puede odiarla.  Salirnos de la lógica del Todo para ir hacia la lógica del no-Todo.
 Entonces un hombre puede amar a una mujer cuando puede tolerar el No-todo. Es decir cuando puede hacer lugar  a aquello que hace que una mujer sea mujer: Otra. ¿Qué quiere decir que la ama cuando puede exaltarla?   Un hombre que ama bien a una mujer, que  puede soportar de buen grado a lo femenino, se sale  del Todo-fálico,  espacio organizado por una serie anónima.  Así  podrá ser capaz de reconocer el brillo específico   que hace a la esencia femenina,  en cada una de las mujeres con las que se relacione y admitir la riqueza que las distingue a Una por Una.
 Para articular con esta cita de Miller podemos traer la frase de Lacan pronunciada en “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”: “El hombre le sirve de relevo para que la mujer se convierta en ese Otro para sí misma como lo es para él“[4]. Cuando un hombre puede exaltar a una mujer,  es cuando la ha admitido como Otra.  A lo que  tendríamos que agregar que es  fundamental para la mujer, porque él es el intermediario para que ella  pueda posicionarse como Otra para sí misma. Lacan entonces nos está  hablando de la importancia que tiene un hombre en el lazo amoroso que arma  una mujer  ya que él la conecta con su existencia en tanto Otra.

Ahora bien, es importante dar otro  paso e interrogarnos  qué tiene que ver la mujer con todo lo que le pasa con los hombres.  Porque planteado así, del lado del hombre podemos ubicar tanto  la queja femenina cuando el hombre  la  mal trata, como así también el lugar de beneficio que adquiere cuando la ubica de buena manera en su dimensión No-toda.  Esto no alcanza: ¿Dónde se ubica una mujer en relación a un hombre?
 Cuando la mujer sufre con un hombre, cuando soporta el maltrato  y la crítica permanente está consintiendo a obtener una satisfacción masoquista. Una satisfacción que hace consistir el fantasma  “pegan a un niño”, fantasma edípico del padre que pega porque ama. El sufrimiento es un modo aquí de verificar el amor. Correrse de ese lugar es mucho más que irse, literalmente, o que vengarse. En la película se ve bien cómo Lisbeth se venga del hombre que no la amó: su padre,  incendiándolo  y esto lejos de liberarla la pone en el lugar de apartarse de los hombres.  Hay una escena sobre el final en donde le dice a la madre ¿No es cierto que no hay que enamorarse mamá?  En otra escena ella es testigo de la muerte del hombre que exterminaba  a  una serie de mujeres,  y pudiendo  haberlo evitado  elige ver cómo muere incendiado en un accidente. Ella aún no ha podido soltarse de estos hombres que no aman a las mujeres. Hay una ligazón de implicación  en verlos sufrir hasta morir. Le concierne estar presente en el instante en que esos hombres mueren, que de manera diferente la implican. Es testigo de eso y quien es testigo se siente convocado, llamado. Situación que la deja anclada al sufrimiento en el “recuerdo fotográfico” del acontecimiento. 

Cuando la mujer se corre de esta lógica, es decir cuando se puede soltar del fantasma que la hace sufrir en relación al amor, puede pasar  ella misma a valorizar la alteridad  que encarna y disponerse a ser Otra para sí misma, sabiendo que esta posición le aporta  la condición de  belleza, su mejor estilo  femenino. Buscará entonces en este nuevo amor, que  no es otra cosa que una nueva lógica del amor, la ganancia de una satisfacción  acorde con lo que es una nueva forma de vivir el encuentro amoroso.



[1] Jacques Alain Miller, Los divinos detalles, Argentina,  Paidós, 2010; Pág. 119.
[2] Sigmund Freud, ”El tabú de la virginidad” (1917), Buenos Aires,  Amorrortu 1992; Pág.194
[3] Ibídem
[4] Jacques Lacan, “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina” (1960), en Escritos 2, Argentina, Siglo XXI, 1987; Pág: 710-11.

martes, 24 de mayo de 2011

¿QUÉ ES POSIBLE ENTRE UN HOMBRE Y UNA MUJER?


Las relaciones entre los sexos son siempre muy dificultosas.  En realidad el gran hallazgo de Lacan al proponer que no  hay relación sexual  contribuye a esclarecer que realmente en el terreno del amor y el goce  el encuentro logrado es imposible. Pero ¿entonces no existe posibilidad de encontrarse con alguien y estar bien? Por supuesto que sí, pero para eso hace falta  recorrer un  camino que consiste en entender, es decir asumir que no hay completud, que la armonía entre “tú y yo” es imposible.
Este encuentro soñado se hace consistir en el momento fugaz del enamoramiento. Momento que dura poco. Una alumna me preguntaba ¿Y cuanto dura profe?  Poco.  Por suerte, porque este idilio en realidad lo tenemos que remitir al primer idilio amoroso, al encuentro con el Otro primordial: la madre. Con quien el niño instaura una relación de señuelo, nos dice Lacan, o de engaño creyéndose ser todo para ella. Este momento que va a constituir el primer tiempo del Edipo, se llama “Frustración”.
¿Por qué se llama frustración si es un idilio? Porque se sale de esa panacea por la decepción. El infans se da cuenta que no es todo para su madre, que la madre desea otra cosa. Y gracias a  esta desilusión el niño podrá armarse como sujeto él mismo, sin quedar capturado totalmente en las trampas del Otro.
El problema es que no es fácil salirse de ahí, porque el engaño, el señuelo del amor es una instancia cómoda y muy tentadora.  Nos podemos preguntar cómo sabemos que existió ese momento mítico con la madre si no tenemos registro en nuestras memorias, en nuestros recuerdos concientes. Existió  porque existe el enamoramiento.  O dicho de otro modo, es porque nos enamoramos que podemos  ubicar las coordenadas de ese primer encuentro con el Otro primordial.

El neurótico necesita creer y está bien,  sin Otro no hay neurosis, pero cree que completarse en el otro es posible, y su vida se sostiene en la nostalgia de encontrarse, de nuevo, con una vivencia plena, que podríamos equipararla en Freud con la  mítica vivencia de satisfacción.
Cuando el neurótico cree que es posible ese encuentro totalmente satisfactorio y sostenido está haciendo consistir la relación sexual que no existe. Y como eso es imposible, se frustra. Acudamos nuevamente a Milner que nos auxilia de una manera muy gráfica sobre las dificultades del encuentro amoroso. Nos dice que los matemas de Lacan son los matemas de “lo imposible del lazo” y  al creer en que hay  lazo logrado caemos en la tontería. [i] Plantea que hay dos maneras de creer en la unión. La versión Hombre es la imbécil, y la versión Mujer es la idiota.
En la publicación anterior hablé de las posiciones que puede adquirir una mujer que cree en la relación sexual. Las dos caras de la idiotez femenina: la boluda y la coqueta.
Para los hombres la imbecilidad se desdobla en dos también. Tenemos el fatuo: que cree que las mujeres acceden al Todo por él, y el necio: quien creyendo a pie juntillas que la Mujer es Todo, es sordo a cada una. [ii]
Una mujer tonta es aquella que sostiene que el hombre debe amarla por lo que ella es, en su versión coqueta;  o ella hacer todo para lograr su amor en la versión boluda. En fin se trata para la mujer de un problema de amor no dándose cuenta que el hombre piensa y  la busca en tanto principalmente quiere gozar  de su  órgano con ella. La imbecilidad masculina es la brutalidad  del hombre cuando solo mide a la mujer con la vara de su falo. Entonces es sordo a cada una, a lo que distingue a cada mujer cuando se ubica en la necedad;  y es fatuo cuando cree que lo que tiene para darle a la mujer es todo, es decir si piensa que  es él efectivamente quien puede colmarla plenamente.
La neurosis hace consistir estas formas del encuentro, estas modalidades tontas del encuentro amoroso que terminan siempre en el fracaso porque se orientan en la creencia del lazo logrado, expresándose de múltiples maneras en el escenario de los sexos.
 Lo importante acá para que se arme una relación interesante de ser vivida y disfrutada, es el reconocimiento de las diferencias radicales entre hombres y mujeres.
Si se puede ceder a la inercia que instaura la tontería es factible  construir algo  a partir del límite que impone lo imposible. Recién allí se produce  la posibilidad de abrirse a una  escritura del amor que sea reconfortante  para los sujetos que deciden  vivir con otro.

Carolina Rovere





[i] Jean Claude Milner, “La tontería”, en Los nombres indistintos, Argentina, Manantial, 1999.
[ii] Ibídem; Pág.136.

domingo, 15 de mayo de 2011

LA TENDENCIA AL AMOR SIN LÍMITE EN LO FEMENINO.

                                                                                Carolina Rovere




 DAR TODO

La diferencia clínica en mujeres y hombres en relación al amor es muy notable.  Esta es otra manera de hablar de la no simetría entre los sexos.
 El hombre por estructura está sujeto al goce fálico, goce regulado, acotado. La castración como peligro siempre posible hace de tope, de  límite en el amor. Está dispuesto, pero no más del costo que puede pagar. La angustia de castración como señal de peligro, del peligro de perder algo valioso, asecha  al hombre quien, en general,  elige por el órgano desde un lugar del cuidado narcisista.

En  cambio vemos en la clínica que  las mujeres se disponen de otro modo al amor. Esto no es sin consecuencias, algunas mujeres pueden llegar a hacer cualquier cosa por un hombre. Freud nos dice, si la mujer ya está castrada, la angustia de castración no tendría mucho sentido. Ya perdió, por lo tanto podría estar dispuesta a “todo”. El dar todo por un hombre es una posición femenina bastante común, algo que se puede constatar a diario en el espacio del consultorio. Veamos que nos dice Jean Claude Milner.  En Los nombres indistintos, propone pensar dos modos de posición femenina para aquellas mujeres que creen que la relación sexual es posible: es decir en la mayoría.  Una es la coqueta “para quien  todo Hombre está supuestamente dispuesto a ceder en Todo” y la otra es la boluda “dispuesta a Todo por su Hombre”[i]. La coqueta es la que se olvida de lo que planteo al principio, que el hombre es muy sensible a su castración y  no está dispuesto a perder.  La “boluda” es la que cree ciegamente en el hombre y entonces está dispuesta a todo por él, resultando obviamente un fracaso. Porque de lo que se trata en la neurosis es de creer que la relación sexual es posible, o dicho de otro modo que existe posibilidad de encuentro logradamente complementario entre los sexos.
¿Qué goce es el de “dar todo”?  ¿Qué estatuto tiene este modo de instalarse en el amor?
Propongo pensar que el “dar Todo” pertenece al registro del “no Todo”: es decir de lo que Lacan ubica como lo ilimitado del goce femenino.  El límite allí no está articulado, y la mujer es capaz de llegar a lugares impensados por ella misma.
¿Por qué una mujer se entrega toda a un hombre?
Sigamos  la letra de la canción “The writer” de Ellie Goulding[ii]:   “Por qué no sos el artista y me construís con arcilla, por qué no sos el escritor y decidís las palabras que yo digo. Porque yo preferiría estar ahí (en ese lugar) hasta el fin” ¿En qué lugar está ella? En el lugar de ser toda para él, al punto de no decir palabra propia. Por querer hacer consistir el encuentro logrado con un hombre resulta como consecuencia que ella desaparece como sujeto del deseo.


2.      LA PRIMERA CARA DEL GOCE FEMENINO

 ¿Qué es un amor sin límite? ¿Dónde se origina?
Si partimos de Freud podemos asegurar que un amor sin límite, no mediado por la ley del padre, es el amor del Otro primordial: la madre. Si bien es justo decir que lo que le hace  tope a la madre, antes que el padre de la metáfora, es el padre de la madre. Pero aún así esta primera relación es muy intensa. Es un lazo que se da para los dos sexos, pero parece que para la niña es una relación más fuerte. Freud nos dice que esa relación se tiene que ir a pique por ser la primera y muy intensa, pero además nos aclara algo por demás de interesante para nuestro tema y es que en muchas ocasiones el hombre que eligen algunas mujeres es el sustituto de esta ligazón madre pre-edípica y no del padre.[iii]
Proponer que el goce femenino está desde el vamos en la mujer es partir de esta relación: la relación de la niña con la madre, o lo que puede resultar de allí: el estrago.
 Además del estrago que nos remite a una relación con el Otro,  la niña se encuentra en su cuerpo con un goce Otro al falo, del cual no puede dar cuenta porque es aquello que no puede, ni podrá simbolizar. La niña intentará cercar  ese goce Otro con el goce fálico, teniendo que arreglárselas  como   pueda.
 El problema del goce femenino, se complica con la pubertad, momento de significación de los goces y elección del partener sexual. Recién se hará notar con más claridad cuando se concrete el encuentro amoroso. Es allí  cuando puede aparecer el goce ilimitado con la cara estragante, si sucede que un hombre adquiere este valor para una mujer. El hombre estrago entonces sería el relevo de la ligazón madre pre-edípica: relación necesaria   y si el hombre se corre del lugar amoroso,  como por supuesto ocurre, la mujer “enloquece”.  Puede llegar muy lejos en la batalla por el hombre y con un costo elevadísimo que no puede evaluar a priori. El no freno de la relación estragante instala la dimensión de lo ilimitado en el goce, situación que le produce gran malestar después, ya que en el momento de la ocasión no le es posible sustraerse, por más sensata y coherente que sea.
Si llamo la primera cara del goce femenino al estrago es porque ubico lo primario en relación al goce con el Otro materno. Pero no habría que olvidar que es también este Otro primordial que al mismo tiempo despierta con sus cuidados el goce del cuerpo. La niña se encuentra con el goce femenino  desde pequeña teniendo que dar cuenta a lo largo de los avatares del  advenir mujer,  de esa experiencia que en  muchas ocasiones se presenta como el máximo escollo, pero hay que saber que eso que es tan incomprensible para la mujer puede ser el secreto de su mejor hallazgo, cual perla preciosa.


[i] Jean Claude Milner,  “La tontería” en Los nombres indistintos, Argentina, Manantial, 1999.
[ii]Why don’t you be the artist and make me  out of clay, Why don’t you be the writer and decide the words I say. Because I’d rather pretend, I’ll still be there at the end”
[iii][iii] Sigmund Freud, “La sexualidad femenina” 1931, en Obras completas, Argentina, Amorrortu, 1993