sábado, 26 de noviembre de 2011

LA TÍPICA MANERA DE PENSAR EL AMOR

Carolina Rovere


Todo el mundo habla de amor. Todos tenemos la necesidad de amar y ser amados.  Podemos decir que el amor es un sentimiento universal, es decir para Todos. En esta línea  quiero trabajar.
 Los que  practicamos el psicoanálisis según Lacan sabemos qué implicancias tiene  esta formulación: para Todos.  El Todo es un lugar necesario en la constitución  de la subjetividad que consiste en la creencia firme y convincente que existe algún Otro que hace de garantía y límite a nuestra existencia. El Todo adquiere muchas vestiduras: Dios, el destino, el padre, como las manifestaciones más relevantes entre otras.

Sucede que los sujetos necesitamos creer  en algún Otro, si esto no es así quedaríamos en el campo del Autismo. El amor como una experiencia originaria en el lazo al Otro es imprescindible para vivir.   Jacques Alain Miller en una entrevista,  nos dice “para amar es necesario confesar la propia falta y reconocer que se tiene necesidad del otro” [1]   por eso el enamoramiento, en un sentido, esclaviza a los sujetos. También nos recuerda Miller que quien ama se feminiza en el sentido de encarnar la falta. Pero el problema radica justamente allí. En creer que ese otro al que amamos va a completarnos, ese otro es  justo “lo que nos hace falta”. Aunque  podemos pensar  “lo que nos hace falta”  de dos maneras. La común, es la ilusión de creer que si tenemos a quien amamos entonces ya no nos falta nada. La otra, más interesante y menos tortuosa, es darnos cuenta que “me hace falta” quiere decir que hace, provoca en mí el deseo o la falta, que para Lacan son equivalentes. Y si provoca la falta o el deseo activa la búsqueda y eso es la vida. La vida es una sucesión de búsquedas, encuentros y también desencuentros.
Lo ilusorio del amor es la completud. Sucede que desde esta perspectiva, lugar en donde existe  un Otro consistente, el sujeto sostiene que sí existe la completud y se ocupará y ensañará hasta intentar alcanzarla, porque además cree que hay otros que tienen todo, a quienes  nada les falta. Esta es la típica manera de entender el amor que, por otra parte,  es el punto de partida de todo amor, empezando por la madre.  Pero la intención de este escrito no es desdeñar esta modalidad del amor, sino más bien  la propuesta de  dar un paso  que nos haga posible arribar a otro lugar.
Un análisis nos permite asumir o subjetivar lo  imposible[2], es decir: no hay nadie que tenga todo ni que esté completo. Por eso un análisis nos facilita encontrar otro terreno para  el amor. El amor como un encuentro contingente. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que ya no podemos sostener que fuimos hechos el uno para el otro, aunque los amantes se lo digan en la escena amorosa, quiere decir que la fórmula: “era el destino que nos encontremos”, no alcanza, no nos sirve para pensar el amor.
 Si seguimos los desarrollos de  Alain Badiou, el amor es un Acontecimiento[3], algo que instaura una novedad absoluta, un antes y un después en nuestras vidas. Como  todo acontecimiento,   es una  novedad y por lo tanto  obliga al sujeto a  inventar una nueva manera de ser y de actuar. Su modo de conceptualizar el acontecimiento sostiene que   no hay nada previo a ese Acontecimiento[4] que sea del mismo orden, por eso lo saca de la lógica de la repetición y  del sufrimiento. Este es el Nuevo amor o el amor como invención.
No es para nada fácil esta perspectiva del amor. Nos es mucho más familiar y tranquilizadora la típica. Pero entender el amor como novedad e invención es  situarlo en su estatuto de contingente. La contingencia es un abierto. Es un encuentro azaroso  nunca previsible, menos aún calculable.
La contingencia implica salirse de la lógica: “es ése o ninguno” para arribar a la lógica “sea cual sea importa” a lo que agrego y ¡cómo! El destino es: tiene que ser ese o nadie (necesario), la contingencia es abrirse a una nueva manera de concebir las cosas. Sabiendo que no existe alguien que designe de antemano quien es o va a ser nuestro mejor amor, el amor que conviene al deseo, el amor que “hace falta”.
Algunos podrían pensar que la contingencia es cualquiera, cualquier cosa, cualquier amor.  No, de ninguna manera. La contingencia es el encuentro, un hallazgo,  el número que cae y cuando cae hay que poder  verlo y admitirlo.  Es un amor que nos convoca. Si se lo puede admitir, entonces se es fiel al acontecimiento como decía Badiou.  No podemos saber qué número va a salir, hay ilimitadas posibilidades pero una vez que se escribe un encuentro y se le da lugar a esa escritura se sabe bien que es ese y no otro.  
Reconocer  esta lógica de la vida amorosa  a veces  requiere de cierta audacia e incomodidad.  No se trata de resignar el “romanticismo” o los condimentos que enriquecen y  adornan los encuentros amorosos. La diferencia es que se puede consentir al romanticismo sin orientarse por él.
 Así como el amor típico concierne al  “para todos”, al universal, este nuevo amor es el que se manifiesta como efecto de un lugar No-todo, no limitado por la neurosis ni el propio fantasma.  Es en este lugar donde  mora el goce femenino y  el sello más rotundo  que distingue al amor en su estatuto de  contingencia es que en verdad es un amor elegido.




[1] Jacques Alain Miller, entrevista “Sobre o Amor”, publicada por  Natalia Ramos el viernes 18 de noviembre de 2011.
[2] Carolina Rovere, Caras del goce femenino, Buenos Aires, Letra Viva, Octubre de 2011; Pág.41.
[3] Alain Badiou, “ La ética de las verdades”, en Revista Acontecimiento, Año 3, Nº 8, Director y Editor responsable Raúl Cerdeiras, Bs. As., Octubre de 1994

[4] Lo único previo es el lugar de Acontecimiento, es decir el lugar en donde un acontecimiento sucede.

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