Todo
el mundo habla de amor. Todos tenemos la necesidad de amar y ser amados. Podemos decir que el amor es un sentimiento
universal, es decir para Todos. En esta línea
quiero trabajar.
Los que
practicamos el psicoanálisis según Lacan sabemos qué implicancias tiene esta formulación: para Todos. El Todo es un lugar necesario en la
constitución de la subjetividad que
consiste en la creencia firme y convincente que existe algún Otro que hace de
garantía y límite a nuestra existencia. El Todo adquiere muchas vestiduras: Dios,
el destino, el padre, como las manifestaciones más relevantes entre otras.
Sucede que los sujetos necesitamos creer en algún Otro, si esto no es así quedaríamos en el campo del Autismo. El amor como una experiencia originaria en el lazo al Otro es imprescindible para vivir. Jacques Alain Miller en una entrevista, nos dice “para amar es necesario confesar la propia falta y reconocer que se tiene necesidad del otro” [1] por eso el enamoramiento, en un sentido, esclaviza a los sujetos. También nos recuerda Miller que quien ama se feminiza en el sentido de encarnar la falta. Pero el problema radica justamente allí. En creer que ese otro al que amamos va a completarnos, ese otro es justo “lo que nos hace falta”. Aunque podemos pensar “lo que nos hace falta” de dos maneras. La común, es la ilusión de creer que si tenemos a quien amamos entonces ya no nos falta nada. La otra, más interesante y menos tortuosa, es darnos cuenta que “me hace falta” quiere decir que hace, provoca en mí el deseo o la falta, que para Lacan son equivalentes. Y si provoca la falta o el deseo activa la búsqueda y eso es la vida. La vida es una sucesión de búsquedas, encuentros y también desencuentros.
Lo
ilusorio del amor es la completud. Sucede que desde esta perspectiva, lugar en
donde existe un Otro consistente, el
sujeto sostiene que sí existe la completud y se ocupará y ensañará hasta
intentar alcanzarla, porque además cree que hay otros que tienen todo, a
quienes nada les falta. Esta es la típica
manera de entender el amor que, por otra parte, es el punto de partida de todo amor, empezando
por la madre. Pero la intención de este escrito no es desdeñar esta modalidad del
amor, sino más bien la propuesta de dar un paso que nos haga posible arribar a otro lugar.
Un
análisis nos permite asumir o subjetivar
lo imposible[2],
es decir: no hay nadie que tenga todo ni que esté completo. Por eso un análisis
nos facilita encontrar otro terreno para el amor. El amor como un encuentro
contingente. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que ya no podemos sostener
que fuimos hechos el uno para el otro, aunque los amantes se lo digan en la
escena amorosa, quiere decir que la fórmula: “era el destino que nos
encontremos”, no alcanza, no nos sirve para pensar el amor.
Si seguimos los desarrollos de Alain Badiou, el amor es un Acontecimiento[3], algo que instaura una
novedad absoluta, un antes y un después en nuestras vidas. Como todo acontecimiento, es
una novedad y por lo tanto obliga al sujeto a inventar una nueva manera de ser y de actuar.
Su modo de conceptualizar el acontecimiento sostiene que no hay
nada previo a ese Acontecimiento[4] que sea del mismo orden,
por eso lo saca de la lógica de la repetición y
del sufrimiento. Este es el Nuevo amor o el amor como invención.
No
es para nada fácil esta perspectiva del amor. Nos es mucho más familiar y
tranquilizadora la típica. Pero entender el amor como novedad e invención
es situarlo en su estatuto de
contingente. La contingencia es un abierto. Es un encuentro azaroso nunca previsible, menos aún calculable.
La
contingencia implica salirse de la lógica: “es ése o ninguno” para arribar a la
lógica “sea cual sea importa” a lo que agrego y ¡cómo! El destino es: tiene que
ser ese o nadie (necesario), la contingencia es abrirse a una nueva manera de
concebir las cosas. Sabiendo que no existe alguien que designe de antemano
quien es o va a ser nuestro mejor amor, el amor que conviene al deseo, el amor
que “hace falta”.
Algunos
podrían pensar que la contingencia es cualquiera, cualquier cosa, cualquier
amor. No, de ninguna manera. La
contingencia es el encuentro, un hallazgo, el número que cae y cuando cae hay que
poder verlo y admitirlo. Es un amor que nos convoca. Si se lo puede
admitir, entonces se es fiel al acontecimiento como decía Badiou. No podemos saber qué número va a salir, hay
ilimitadas posibilidades pero una vez que se escribe un encuentro y se le da
lugar a esa escritura se sabe bien que es ese y no otro.

Así como el amor típico concierne al “para todos”, al universal, este nuevo amor
es el que se manifiesta como efecto de un lugar No-todo, no limitado por la
neurosis ni el propio fantasma. Es en
este lugar donde mora el goce femenino
y el sello más rotundo que distingue al amor en su estatuto de contingencia es que en verdad es un amor
elegido.
[1]
Jacques Alain Miller, entrevista “Sobre o Amor”, publicada por Natalia Ramos el viernes 18 de noviembre de
2011.
[2] Carolina Rovere, Caras del goce femenino, Buenos Aires,
Letra Viva, Octubre de 2011; Pág.41.
[3] Alain Badiou, “ La ética de las verdades”, en Revista Acontecimiento, Año 3, Nº 8, Director
y Editor responsable Raúl Cerdeiras, Bs. As., Octubre de 1994
[4] Lo único previo es el lugar de
Acontecimiento, es decir el lugar en donde un acontecimiento sucede.
É muito louco, mas é verdade...
ResponderEliminarbuenisimoooo
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