miércoles, 20 de febrero de 2013

La palabra que falta es Una mujer



 Extracto del capítulo “El goce de los cuerpos”








Carolina Rovere- Sergio Zabalza



El secreto del objeto erótico


Es como si el contorno de la ropa sobre el cuerpo marcara el borde en que el fetiche no satura al objeto de deseo. En El placer del texto, Roland Barthes observa: “¿El lugar más erótico de un cuerpo no es acaso allí donde la vestimenta se abre? (…) es la intermitencia, como bien lo ha dicho el psicoanálisis, la que es erótica: la de la piel que centellea entre dos piezas (el pantalón y el pulóver), entre dos bordes (la camisa entreabierta, el guante y la manga); es ese centelleo el que seduce, o mejor: la puesta en escena de una aparición – desaparición”.[1]
Bien, ese intervalo en que el objeto insinúa la desnudez, prueba la tesis freudiana según la cual, la pulsión no se satisface con el objeto sino en su recorrido. Entonces, el secreto de la atracción no reside tanto en lo que el objeto nos brinda como en aquello que nos quita: esa falta que la belleza vela tras el goce estético. Cuando un hombre ve a una mujer sacarse la ropa, con las pausas, los gestos y el movimiento de seducción que la puesta en escena del striptease muestra tan bien, asiste a una de las situaciones en donde el erotismo se eleva a la máxima expresión, no así cuando una mujer se presenta bruscamente desnuda. Un ejemplo de esto puede verse en la película Babel cuando la japonesa se presenta desnuda frente al policía. Lo que vemos allí es un cuerpo deslibidinizado, deserotizado, un cuerpo que pide auxilio desde el lugar del desvalimiento (nebenmensch), muy lejos del erotismo.


Milagro del amor

Así, el objeto porta algo que nos constituye por el vacío que cava en nuestro ser, la clave singular que desnuda nuestra más recóndita intimidad. Esto es lo que Lacan llamó objeto a: el resultado y la causa de un desencuentro. De nuevo: ¿Cuál es el trabajo psíquico que habilita un destino de enamoramiento -o sus metáforas- antes que el impulso violento o invasivo?
Jacques Alain Miller observa que llamamos amor a aquello que no pertenece al registro del tener, si no al del ser. Dice: “el amor real es el que busca en el Otro lo que él es como objeto a”. Y agrega: “El milagro del acontecimiento –amor es que ese real del Otro, en lugar de suscitar asco, horror, u odio, suscita amor”[2]
En todo caso, se trata de estar dispuesto a esa oportuna contingencia que le permite, a ella: prestarse a la cosa, de tal forma que él: pueda ir más allá de la Cosa. Y viceversa.


El cuerpo del Otro

 ¿Porque es necesario el cuerpo del Otro? Son  los detalles del cuerpo del otro los que nos  “a”traen  y  como dice Lacan en El seminario Encore, el goce es en corp, haciendo uso de la homofonía. Se goza con el cuerpo y el encuentro entre dos que se aman es un encuentro corporal.
Si hacer el amor es pura palabra estamos en el terreno del amor cortés, de la sobre estimación del objeto de amor que llega al estatuto de intocable. Si hacer el amor es solo cuerpo caemos en una escena descarnada  de encuentro puro sexual. Ni una cosa, ni la otra. Hacer el amor requiere de palabras y necesita del cuerpo del Otro, de esa presencia adorable e investida libidinalmente, exquisita en detalles que el amante reconoce y admira, y por sobre todas las cosas, se presume  insustituible. Es fundamental que se sienta así: insustituible si consideramos al amor como un encuentro contingente. Porque si nos diera lo mismo cualquier cosa, no sería encuentro y menos contingencia. El alguno de la contingencia adquiere un valor fundamental. Ese alguno que es efecto de ninguno (lo imposible), importa y mucho. 




[1] Roland Barthes, El placer del texto y lección inaugural, México, Siglo XXI, 1996, página 19.
[2] Jacques Alain Miller, Los Usos del Lapso, Buenos Aires, Paidós, 2004, página 123





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