Carolina Rovere Sergio Zabalza
Cuando
éramos niños solíamos cantar una canción que decía: “yo no soy buena moza, ni
lo quiero ser, porque las buenas mozas se echan a perder”. Repetíamos como
loros ese estribillo tal vez sin saber bien lo que se decía. Pero la letra dice
mucho.
En
primer lugar hay una afirmación como punto de partida, yo no soy buena moza.
Luego, ni lo quiero ser, y a renglón siguiente el argumento: las buenas mozas
se echan a perder. ¿Qué querrá decir con echarse a perder? ¿Se refiere a la
vejez? No creemos eso, porque si todo el mundo envejece, entonces no sería una
propiedad exclusiva de las lindas.
Más
bien se refiere a algo intrínseco a la belleza genética en las mujeres. Pero
avancemos un poco más. Echarse a perder es abandonarse al goce de la
mortificación superyoica, que transforma a cualquier mujer en mortí-fiera
efecto de un no saber hacer con el goce femenino.
El
encuentro con el goce femenino se produce desde la niñez, pero la niña no sabe
aún qué hacer con eso, entonces la primera respuesta y que puede durar toda una
vida, es la defensa. Hay muchas maneras de defenderse, por ejemplo una muy
común es justamente negando la belleza: “yo no soy buena moza” “lo quiero ser,
pero no puedo” “no lo quiero ser porque se sufre”; creo que los analistas
solemos escuchar en muchas ocasiones a mujeres preciosas que dicen verse feas,
o al menos en algunos momentos de sus vidas.
Ya
nos enseñó Freud que la asunción de la feminidad es un largo recorrido, que
llevará más o menos tiempo, de hecho algunas no llegan al puerto femenino
porque quedan varadas en el trayecto que va de la histeria a la feminidad. Como
sabemos la histeria es el punto necesario de partida, clínica que se estructura
bajo la pregunta por el goce femenino, bajo las formas: ¿Cómo goza una mujer?
¿Qué es ser una mujer? ¿Qué quiere una mujer?
Foto Sacerdotessa Esra |
Las buenas mozas No-todas
No
todas las buenas mozas se echan a perder. Desde esta perspectiva, nos interesa
el tránsito que va de la indeterminación a lo indecidible. Si la primera menta
la posición propia de la lógica fálica que ampara a la histeria, la segunda en
cambio suelta -se despega- del
imperativo de ser una u otra cosa. La indeterminación estaría alimentada,
entonces, por la exigencia superyoica de definir el ser. En cambio, consentir a
lo indecidible supondría no hacerse cargo de tal mandato: en no otra cosa
consiste el acceso a la belleza
femenina.
Según
el sentido común, que tan bien ilustra la canción: Todas las buenas mozas se echan a perder. Bien, la experiencia
clínica demuestra que este universal se conforma a partir de la excepción, esa al menos una que no se echaría a perder: la Otra que toda mujer envidia y admira a
la vez.
Acceder
al No Toda mujer supone un paso dual: en principio negar la existencia de ese
límite neurótico: no es cierto que haya
al menos una que no se echaría a perder,
y un segundo que consiste en cuestionar, en parte, el Universal: No todas las buenas mozas se echan a peder.
de forma tal de hacer lugar a lo excepcional en cada mujer
Ética y belleza
Una
mujer es bella entonces cuando ha podido asumirse femenina, es decir cuando
logra encarnar ese lugar entre
conformado por un vacío y una presencia. Vacío que se llama goce ilimitado,
presencia que es el goce fálico o límite. En ese territorio habita Una mujer
que, respecto a los goces, es indecidible. Creemos importante subrayar lo
indecidible, porque nos indica que no hay ni habrá decisión.
De
lo contrario, si una mujer decide por el goce fálico, aparece rígida,
estructurada, masculina; si en cambio decidiera por el goce femenino que es
ilimitado, el sin límite la conduce directamente a la muerte, por eso se torna
mortí-fiera.
El
entre como el exquisito lugar que
puede habitar Una mujer es la articulación continua y permanente entre ambos
goces, poder soltarse y frenarse, un entre-abrirse continuo porque cada situación la convoca a un hacer distinto: en algunas
situaciones es más fácil soltarse, en otras no tanto.
Desde
esta perspectiva, la belleza alcanza un valor ético: un saber hacer que
articula el limite a lo ilimitado. No se da de una vez , es una práctica
constante que ensambla la soltura con el movimiento, pero lo que armoniza es el límite. Saber abrirse de piernas en la danza es una práctica permanente,
y todos los escenarios no son iguales por eso es cada vez. Este es el secreto a
descubrir y experimentar en cada Una. La belleza en Una mujer es su saber hacer
singular, ni más ni menos.