lunes, 4 de julio de 2011

CUANDO UN HOMBRE AMA A UNA MUJER

                                            Carolina Rovere

El título de este escrito es un poco engañoso porque mi intención no es pensar en el amor sólo en su aspecto narcisista sino más bien  orientarnos hacia algo más amplio: la relación entre un hombre y una mujer. Así entender o poder precisar cuándo un hombre puede dar o no,  a una mujer un lugar interesante.

Freud cuando escribe los textos  sobre el complejo de Edipo y anteriormente el grupo de textos reunidos como “contribuciones a la psicología del amor”, insiste en la actitud de menosprecio por parte del hombre hacia la mujer en tanto castrada. En  Los divinos detalles, Miller plantea  que “los reproches masculinos ocupan un lugar importante en la queja femenina hacia el hombre” [1]  Uno de los motivos por los que el hombre tiende a castigar a la mujer o a despreciarla sería entonces cuando  ubica allí su castración, su insuficiencia. Un  hombre  que recrimina o reprocha a una mujer  puede bien estar orientado  en el sentido de su déficit,  gozando  en esa posición de hacerle saber todo el tiempo  de su no tener. De esta manera puede rivalizar con ella como con un hombre más, o también intentar castigarla desde un lugar de poderío fálico, lugar paterno. Pero no es sólo eso. Hay que ir más lejos.
 Basados en esta lógica, los movimientos feministas han tenido un auge notable, ya en la época de Freud,  en el intento de hacer saber, de demostrar a los hombres la supuesta igualdad entre los sexos, y que no existe tal supremacía de lo masculino sobre lo femenino. Pero  este lugar ha llevado a las mujeres a un callejón sin salida en tanto quienes reivindican una equidad no han podido valorizar lo específico  que hace de la mujer Otra: lo no comparable al hombre. Lacan nos ha auxiliado en la comprensión de lo femenino  dando un paso más allá de Freud.

La brillante película sueca  “Los hombres que no amaban a las mujeres” primera de una trilogía agrupada como  “Milenium”, muestra de una manera lograda  la posición de ciertos hombres que engendran el rechazo más radical a las mujeres al punto del aniquilamiento. Esto se verifica de diferentes maneras en distintas mujeres: situaciones de violaciones incestuosas, abuso sádico hasta la degradación  total de la mujer, y  el exterminio de lo “femenino”, torturando hasta la muerte  a una serie de mujeres judías,  como el paradigma de  hacer desaparecer a lo Diferente: Héteros, por parte de un hombre vinculado al nazismo.
  ¿Qué nos muestra la película, y que además nos lo dice en el título tan claro?  Estos hombres rechazan de la manera más cruel y  violenta lo femenino por ser la alteridad radical. Claro que estamos sirviéndonos de lo que nos dice el cine en el colmo del paroxismo  para plantear que el Otro sexo,  como la diferencia absoluta,  se torna para algunos hombres imposible de soportar. Es el sentido que podemos rastrear en el  texto  de Freud “El tabú de la virginidad”, cuando nos dice que “la mujer  es ajena y por ser ajena se presenta como hostil”[2] para el hombre, porque le resulta ajena es hostil,  de allí el tabú por lo femenino.

Pero no Todo hombre se posiciona desde este lugar, o por lo menos no así todo el tiempo. También existen hombres que pueden amar a las mujeres y muy bien, la misma película ubica al periodista en posición de amar a  la mujer protagonista  llamada Lisbeth, como así también el hombre mayor que nunca dejó de pensar e investigar acerca de la desaparición de su querida sobrina a los 16 años, habiendo pasado  ya 40 años de tal acontecimiento.
Miller plantea que “hay estado amoroso de un hombre hacia una mujer cuando deja de reprocharle ser una mujer. El sujeto ya no puede juzgar al objeto, sólo puede exaltarlo”[3], Freud nos recuerda que el enamoramiento es artífice de este movimiento que silencia la castración de  la mujer en beneficio de idealizarla,  pero me interesaría tomar otro sesgo que  nos permita  entender el por qué un hombre puede amar a una mujer o puede odiarla.  Salirnos de la lógica del Todo para ir hacia la lógica del no-Todo.
 Entonces un hombre puede amar a una mujer cuando puede tolerar el No-todo. Es decir cuando puede hacer lugar  a aquello que hace que una mujer sea mujer: Otra. ¿Qué quiere decir que la ama cuando puede exaltarla?   Un hombre que ama bien a una mujer, que  puede soportar de buen grado a lo femenino, se sale  del Todo-fálico,  espacio organizado por una serie anónima.  Así  podrá ser capaz de reconocer el brillo específico   que hace a la esencia femenina,  en cada una de las mujeres con las que se relacione y admitir la riqueza que las distingue a Una por Una.
 Para articular con esta cita de Miller podemos traer la frase de Lacan pronunciada en “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina”: “El hombre le sirve de relevo para que la mujer se convierta en ese Otro para sí misma como lo es para él“[4]. Cuando un hombre puede exaltar a una mujer,  es cuando la ha admitido como Otra.  A lo que  tendríamos que agregar que es  fundamental para la mujer, porque él es el intermediario para que ella  pueda posicionarse como Otra para sí misma. Lacan entonces nos está  hablando de la importancia que tiene un hombre en el lazo amoroso que arma  una mujer  ya que él la conecta con su existencia en tanto Otra.

Ahora bien, es importante dar otro  paso e interrogarnos  qué tiene que ver la mujer con todo lo que le pasa con los hombres.  Porque planteado así, del lado del hombre podemos ubicar tanto  la queja femenina cuando el hombre  la  mal trata, como así también el lugar de beneficio que adquiere cuando la ubica de buena manera en su dimensión No-toda.  Esto no alcanza: ¿Dónde se ubica una mujer en relación a un hombre?
 Cuando la mujer sufre con un hombre, cuando soporta el maltrato  y la crítica permanente está consintiendo a obtener una satisfacción masoquista. Una satisfacción que hace consistir el fantasma  “pegan a un niño”, fantasma edípico del padre que pega porque ama. El sufrimiento es un modo aquí de verificar el amor. Correrse de ese lugar es mucho más que irse, literalmente, o que vengarse. En la película se ve bien cómo Lisbeth se venga del hombre que no la amó: su padre,  incendiándolo  y esto lejos de liberarla la pone en el lugar de apartarse de los hombres.  Hay una escena sobre el final en donde le dice a la madre ¿No es cierto que no hay que enamorarse mamá?  En otra escena ella es testigo de la muerte del hombre que exterminaba  a  una serie de mujeres,  y pudiendo  haberlo evitado  elige ver cómo muere incendiado en un accidente. Ella aún no ha podido soltarse de estos hombres que no aman a las mujeres. Hay una ligazón de implicación  en verlos sufrir hasta morir. Le concierne estar presente en el instante en que esos hombres mueren, que de manera diferente la implican. Es testigo de eso y quien es testigo se siente convocado, llamado. Situación que la deja anclada al sufrimiento en el “recuerdo fotográfico” del acontecimiento. 

Cuando la mujer se corre de esta lógica, es decir cuando se puede soltar del fantasma que la hace sufrir en relación al amor, puede pasar  ella misma a valorizar la alteridad  que encarna y disponerse a ser Otra para sí misma, sabiendo que esta posición le aporta  la condición de  belleza, su mejor estilo  femenino. Buscará entonces en este nuevo amor, que  no es otra cosa que una nueva lógica del amor, la ganancia de una satisfacción  acorde con lo que es una nueva forma de vivir el encuentro amoroso.



[1] Jacques Alain Miller, Los divinos detalles, Argentina,  Paidós, 2010; Pág. 119.
[2] Sigmund Freud, ”El tabú de la virginidad” (1917), Buenos Aires,  Amorrortu 1992; Pág.194
[3] Ibídem
[4] Jacques Lacan, “Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina” (1960), en Escritos 2, Argentina, Siglo XXI, 1987; Pág: 710-11.